“En mitad del camino de la vida
me hallé en el medio de una selva oscura
después de dar mi senda por perdida”.
Así comienza Dante Alighieri su Divina Comedia, cuando pasar la “barrera de los treinta” podía pensarse como la mitad de la vida. Ahora, que la vida se ha prolongado, los jóvenes treinta siguen siendo una edad que reclama decisiones.
¿Qué hace Leila Waisman Sod al llegar a esa “selva oscura”? Decide volverse hacia sí misma, y lo hace por medio de su poesía, que no en vano va a titular “Melodías rizomáticas”: la melodía de la lírica, la profundidad y la conexión de las raíces.
Volver a sí es un viaje hacia adentro, pero también un viaje hacia el pasado. Leila entonces se reencuentra con los escritos de la adolescente que fue, de la mujer que es, en cada etapa. Toca su raíz.
El tiempo se condensa aquí y allá en sus historias exiliadas. Se recupera del pasado lo que la voz trae: belleza, sí, fresco asombro frente al mundo, pero también aceptación del vacío y de la pérdida. “Escribir es tomar el rumbo a casa”, dice. Guiada por el hilo luminoso de la madre poeta, que “escribe con tinta de estrellas”, avanza por dudas, amores y desencuentros. La niña exiliada encuentra palabras inquilinas donde alojar su vocación, su amor por la naturaleza y su imparable sentido del humor. Así, ante nuestros ojos, poéticamente, deviene mujer.
Y esa mujer (sin perder la frescura, sin perder la sonrisa) lo cuestionará todo, en un vaivén sin respuestas definitivas: el amor, la pareja, los vínculos, la vida y, sobre todo, a sí misma. Ella es la que decide este viaje, este libro delicioso al que dan ganas de abrazar.
Lidia Rocha