Tatuarme con el atardecer de Axel Levin es un diario de vieje muy especial, porque muy especial es el ojo de quien graba estas imágenes y elige estas palabras. Pero antes que nada es especial porque quizás utilizar el género “diario de viaje” es decir algo demasiado amplio para este libro que trabaja con el detalle, con el color y la palabra de manera musical. Los viajes intensos, aquellos que logran transformarnos, no sólo suceden en el plano del espacio, en el terreno de lo físico, de las distancias que vamos recorriendo. Estos viajes pueden llevarnos a Crina o dejarnos en nuestro sillón preferido –como proponía Girondo-, porque fundamentalmente ocurren en el eje de nuestro yo, en el misterioso territorio del cuerpo propio, de la cabeza a los pies y todo por adentro, tantas ideas, tantos sentires, tantas experiencias, tantos sueños. El viajero de lo invisible vive cada instante a flor de piel. Registra el mundo con cada Ojo -cadaporo-. El afuera reverbera en su interior, él es una caja de resonancia con ese alrededor, porque de alguna manera sabe que lo posee: adentro y afuera son dos lados de una membrana que se modifican mutuamente.
Karina Macció